Había una vez una cabra a la que iban a matar para comérsela, pero no sabían que aquella prodigiosa cabra no se dejaría vecer tan fácilmente. La cabra había pensado un gran plan para librarse de la muerte y arruinarle la vida al cabrero que tanto le había exprimido hasta sacarle toda su leche. Al amanecer de aquel trágico día, cuando el cabrero habrió el corral, la cabra se lanzó con la yugular del cabrero como único objetivo y le pegó tal paliza que el cabrero no pudo levantarse de ese apestoso corral durante cinco días. Aquel inválido cabrero, sin moverse, inspirado por su aburrimiento y su ira compuso una canción:
La cabra, la cabra,
la p*** de la cabra,
¡la madre que la parió!
(Plas, plas, plas)
<<Estos cuatro versos los podéis alargar
y repetir cuanto queráis, lo importante es cantarlo.>>
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